Los investigadores estiman que el hombre es bípedo desde hace algo así como 4 millones de años aunque el tránsito comenzó a producirse hace unos 20 millones de años. Tardamos 16 millones de años en ponernos de pie (¡qué duro resulta levantarse!). El dejar de andar a cuatro patas ha obligado al hombre a lo largo de la historia a adaptar el entorno en el que se mueve para poder desarrollar sus actividades en esa posición que aleja sus manos del suelo. Así, desde la adopción de la postura erguida por parte de ese abuelo lejano llamado australopithecus hasta hoy, los hombres hemos ido incorporando a nuestras vidas utensilios y herramientas que nos permiten realizar más cómodamente los quehaceres habituales en esa postura (azadas, escobas, fregonas, bancos de trabajo, mesas, encimeras, etc.)
Por desgracia no todo el mundo avanza a la misma velocidad. En Benín las cosas van más despacio que en otras partes, con las ventajas e inconvenientes que esto conlleva. La mayor parte de las tareas rutinarias se llevan a cabo en ausencia de estos recursos complementarios y de mobiliario auxiliar específico (las escobas no tienen mango, el fuego para cocinar se hace a ras de suelo y casi no hay herramientas para trabajar en el campo), lo que obliga a que buena parte de las labores agrícolas y domésticas todavía se lleven a cabo acercando las manos al suelo, doblando el espinazo como antaño. En consecuencia, la postura habitual para gran parte de las actividades que realizan las mujeres en el entorno familiar es ésta del ángulo recto, en la que se les ve con frecuencia. Lavan, cocinan, barren y friegan doblando el lomo.
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